Con la frialdad de un mercenario salía por la puerta
principal de mi casa, con mi cigarrillo en la mano que festejaba victoria por
salir cautelosamente a ver y disfrutar de una noche tan fresca como mi
personalidad.
En el cielo no había estrellas que pudieran ser testigos de
mis fechorías. La brisa nocturna se mezclaba con el sudor de mi frente, esa que
se arrugaba al escuchar algún ruido que pudiera cagar mi plan tan planeado y estudiado
por algunos minutos. A paso ligero cual bailarina delicada, volaba sobre el
suelo para alcanzar mi primer objetivo, la puerta.
Así vivía como un gato techero y chusco, saltando de casa en
casa para llegar a mi prioridad. Ayer mientras regresaba de una corrida de
toros nocturna, me disponía a entrar al circo, que coloquialmente suelo llamar
condominio, irónico aun cuando tiene nombre de un santo y en el definitivamente
no vive ningún ángel, mucho menos santos; cuando mi socio me advirtió que era
riesgoso pues a las cuatro de la mañana todas las casas tenían ojos y una boca
muy amplia.
Después de dos cigarrillos seguidos, Moisés abrió la autopista
y pase por el medio, con la tranquilidad que sentía, subí a mi espeso cuarto
para meditar y vomitar la borrachera de una noche que para ser sincero, me
empalague con carcajadas. Entre almohadas el sueño se perdía mientras escuchaba mis
canciones de “secta”.
Por eso hice lo que siempre suelo hacer, leer y escribir
para descargar mi alma. Pensándolo bien, si ya hice todo esto por un mes, día
tras día, también lo haré un año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario