Mi cerebro no procesaba la idea de tener un hijo con brisa, ya que no tenía trabajo, mis padres me dieron la espalda económicamente y recién empezaba a madurar de a pocos.
Brisa no cambiaba, seguía siendo la chica perfecta, pues cada día me enamoraba más de ella, parecía que tenía un encanto peculiar y místico en todo su cuerpo, digo todo su cuerpo, pues por las noches o mejor dicho en el momento en que se podía, teníamos sexo, era un sexo distinto, mas parecía un concierto de jadeos, olores y sabores muy románticos, me sentía una virginal doncella desvirgada por un príncipe azul. Fue un 16 de octubre, la misma fecha de mi cumpleaños, el momento en el cual nació mi hijo, fue hombre y lo llame Alejandro, era un fino retrato mío con los ojos enormes de su madre y el pelo lacio que tanto me gustaba tocar por las noches, estaba seguro que ya era hora de buscar un trabajo y madurar pues a mis 34 años ya era hora a las buenas o a las malas.
Por cosas de la vida, esa que me odia y me tiene marcado hasta el día en el cual tome un café con satanás, no disfrute mucho a mi hijo, lo digo con lágrimas en mis ojos, ya que ese momento se internó en mi cabeza para nunca más olvidar.
Murió Alejandro, con el morí yo, mis ganas de salir adelante y poco a poco el amor que le tenía a brisa, ya que estoy seguro que fue su culpa al darle un baño y no abrigarlo bien en un agosto más frio que corazón de un cura. Refugiaba mis penas en el alcohol y como una adición te lleva a otra, hasta termine consumiendo pasta básica de cocaína.
Lo que empezaba a arreglar mi vida, la arruine por completo, perdí todo y gane seudo amigos que me cuidaban o acompañaban solo porque con malabares les invitaba algunos pacos.
Así me enterraba de a pocos en una tierra árida y hostil de la cual estaba convencido que nunca iba a salir y si salía era en un cajón barato directo a una fosa común. Recuerdo con mucha nostalgia cuando mis padres, al enterarse en donde estaba, decidieron ayudarme con dinero, completo error pues ellos no sabían que todo iba directo a ese mundo tan mágico por segundo y tan macabro por días, ese mundo era el asqueroso mundo de las drogas. Siempre me preguntaba si yo era hijo de Dios, ya que a todos ayudaba menos a mí.
Cambie de idea cuando un día al despertar en el hospital por una sobredosis, gire mi cabeza hacia la derecha y vi una estampa del señor de los milagros, cuando le pregunta a las enfermeras, me dijeron que yo la tenía en el bolsillo de mi camisa, cosa que nunca recuerdo haberla tenido. Decidí intentar orar, con un sentimiento de culpa y arrepentimiento que nunca había experimentado. Escuche los pasos de mi padre y la voz de mi madre, me sentí como un niño que aclama amor familiar, en ese momento no sospechaba que al parecer mi vida estaba a punto de dar un giro inesperado.
3 comentarios:
Muy buena hermano
Cambia la última parte. Está muy usado es de "el giro inesperado". No prepares al lector.
Buena.
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