Caminaba rodeado de flores, en un
infierno frió, pues el fuego era yo. Tenía los ojos volteados por siempre mirar hacia atrás, lloraba pero
no sabía el motivo. Hasta que llegue y me vi encerrado en una caja de madera,
con algodón en la boca y en la nariz, vestía un terno negro y observaba a la
gente llorar, estaba en mi propio velorio y esta vez de espectador.
Es sorprendente ver tu muerte
desde el otro lado de la calle. Gente que no conoces, gente que amas, gente que
ríe, gente que llora y gente que simplemente goza al ser testigo de tu asenso al cielo o tu descenso
al infierno, en mi caso me quedo con el descenso. Las oraciones llenaban de
lirica el ambiente a formol y lágrimas azucaradas. Cuando vi mis manos, no las tenía,
porque era un ángel en forma de viento, era el viento bajo las alas de las
personas que quiero, en ese momento entendí que así quería quedarme, invisible,
pero siempre pegado a mi gente, empujarlos desde atrás y sosteniéndolos desde
abajo, por primera vez me dejaba sentir y me abría a verme en mi máxima posibilidad
y esta era en el total anonimato, era algo muy retante, no figurar y dejar de
hacer algo para brillar, cuando sé que tengo mi propia luz, un verdadero
estiramiento para mi cuerpo y alma.
Después de ver todo ese episodio, me senté en una roca muy cómoda, pensaba en lo que acaba de observar y sentir, tenía
la cabeza en los pies por intentar apagar la computadora que tenía de cerebro.
Abrí los ojos y descubrí que todo
era un sueño, pero gracias a ese sueño encontré a mi corazón y ahora no lo
pienso dejar ir…
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