sábado, 26 de noviembre de 2011

Icaros

Donde las plantas bailan mirando al sol con icaros celestiales que endulzan la vida de los creyentes y amargan la vida de los agnósticos, ahí nació el corazón indígena, en una ciudad de hoja llena de hormigas trabajadora, osos perezosos y tigres amaestrados.

Una ciudad reprimida por sierras y dragas, pero que no pierde su costumbre exagerada de ver la noche de día cuando de defenderse se trata, en ese infierno chico mi madre pario a un engendro lleno de amor hacia su tierra que no solo es verde por los arboles, sino también por la esperanza de un pueblo que habla pero no grita durante años, de un león dormido que cuando ruge se escucha en la luna y no en un gabinete ministerial.

Lo verde se convierte en gruesos verdes americanos, el hogar de animales que viven mejor y más que nosotros se convierte en oro; las personas hablan cantando y los chamanes oran hablando, esa comunidad de una sola raza, empresarios dinosaurios que se comen a venados flacos. Dejen de vender la selva, que con ella se van mis orígenes e historia, vendan a sus hijos, para que sepan lo que siente la madre naturaleza cuando pierde un árbol, pierdan un centavo para ganar oxigeno, ganen el doble e inviertan el triple en mis indígenas, plegarias de personas que no hablan español, pero que tienen los mismos derechos que ustedes.

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